Atardecer desde Cap d'es Falcó, Ibiza
Es momento de admitirlo, es oficial, soy una broncas de los aviones, persona conflictiva, alguien a quien evitar en las alturas. Así es amigos, no sé a qué se debe pero si da la casualidad de que os toco en una butaca colindante a la vuestra en un avión, por vuestro propio bien os recomiendo que no habléis en voz alta, no me deis patadas al asiento, no se os ocurra darme codazos, gritar, ni ser maleducados en general porque aquí servidora pierde la paciencia y tiene una facilidad pasmosa para montar numeritos aéreos.
Cierto que a ras de tierra tampoco me voy a callar si algo me importuna, prometo que aunque de sangre caliente ante todo soy educada, pero a 1000 pies de altura la falta de oxígeno en el cerebro lo empeora todo, mucho.
Mis padres aún recuerdan con horror el viaje a Londres en el que amenacé a tres adolescentes que teníamos sentadas detrás con esperarlas a la salida si no me hacían caso por tercera vez y dejaban de gritar como idiotas de una santa vez. Volviendo de Milán la maravillosa secretaría del Consorte se quedó ojiplática perdida cuando me oyó subir el tono de voz por encima de los altavoces del capitán para espetarle a una maleducada en mi italiano macarrónico que si no entendía que el reposabrazos había que compartirlo y dejaba de darme soeces codazos “la próxima vez que tu tocare el mio Corpo io ti stronzo la cara, capicci?”. Tremendo. Así infinidad de anécdotas en las que, según yo, voy impartiendo justicia en un terreno que la gente toma como neutro y por el que deciden campar a sus anchas sin educación ni modales como es el espacio aéreo. Sin ir más lejos, ayer mismo, después de recibir severas patadas en los riñones, ser despertada y zarandeada sin piedad por el abuelito de detrás y comprobar incrédula que el tipo lo estaba haciendo adrede porque consideraba que había echado el asiento demasiado hacia atrás, le amonesté delante de todos sus nietos a voz en vivo por su incapacidad de usar el lenguaje en vez de las agresiones físicas, apunté con todo irónico el gran ejemplo que estaba siendo para su prole y le informé de que si lo hubiera pedido educadamente yo habría rectificado la posición, sin embargo a partir de ahora y durante las próximas 10 horas iba a tener que ir plegado como una sardina porque la menda, ahora sí que no abuelo, no va a mover ni medio milímetro el respaldo y como lo vuelva a tocar, dejamos las palabras y pasamos a la acción.
Ahora que lo pienso, qué miedo me doy. El Consorte pobrecito ni se inmuta, él hace como si no me conociera y una vez todo ha pasado le suelo descubrir una media sonrisa en un lado de la boca como diciendo….ya está mi mujer otra vez liándola.
Y vosotros, ¿os cambia el carácter en las alturas?
Os estaréis preguntando qué tiene esto que ver con la moda, nada amigos, nada. Sólo comentaros que me he venido al otro lado del mundo de vacaciones. A San Francisco. Seguiremos informando con una diferencia horaria de 9 horas.
Un abrazo enorme,
La Condesa con un jet lag de órdago