miércoles, 23 de abril de 2014

Una vida de chaquetas





Hoy leía en el twitter de Derek Blasberg que ya no necesitamos una experiencia cercana a la muerte para ver como toda nuestra vida pasa por delante, simplemente nos basta con bajar por el scroll de nuestro instagram y ahí la tendremos. Cierto.
En mi caso, que tuve blog mucho tiempo antes que instagram, he de decir que pasearme por el blog me causa una verdadera sensación de vértigo en el cerebro. ¿Cómo hemos recorrido un camino tan largo? ¿Cómo pude ser tan insensata de atreverme a empezar todo esto? ¿De dónde demonios sacaba la poca verguenza para hacer todo lo que he hecho y retratarlo en fotos en este blog?
No lo sé, pero ojalá dentro de 5 años vuelva a plantearme las mismas preguntas, querrá decir que sigo siendo igual de insensata (lo cual en ocasiones es sinónimo de valiente) y que no me habré acomodado en el ridículo de la edad.

Las fotos son de Mara Cózar, de cuando aún no era la conocida súper fotógrafa que es ahora y ninguna de nosotras dos tenía hijos. La chaqueta es ella, la Condesa, la que lo empezó todo. Fuerte, parece que fue hace otra vida.

Los 8 apellidos aristocráticos de Clara Lago




Me alegro de todo corazón que le esté yendo tan bien a "8 apellidos vascos", le tuve cariño a la película desde el momento en que Clara Lago eligió una chaqueta de La Condesa para ir a hacer la promoción a El Hormiguero. Me encanta Clara Lago.

jueves, 3 de abril de 2014

Estampas de Oporto

Si estuviéramos encontrándonos en un blog normal, a continuación me dedicaría a colgar una tras otra todas las fotos de mi reciente viaje a Oporto, las cuales estarían sobre iluminadas, con fondos blancos salpicados de toques de flores o comida colorida y yo saldría effortlessly-chic, es decir, estupenda pero como sin pretenderlo y apenas con un solo disparo del Iphone. Sin embargo, ya llevamos mucho tiempo juntos así que, vamos directos a lo que realmente valió la pena del viaje:

1) Maniquíes adictas a la meta-anfetamina: no te digo yo que mi actual adicción a "Breaking bad" no esté influenciando mi percepción del mundo real, pero yo juraría, a tenor de las pruebas fotográficas que presento su señoría, que estas maniquíes le dan al cristal cosa seria.

Nos reíamos de los maniquíes de Miami y sus pechos inconmensurables cuando el verdadero drama está en Oporto. La historia de siempre: las fichan jóvenes, lejos de sus familias, encadenan trabajos y fiestas y acaban así como las veis, dando auténtico MIEDO desde el otro lado del escaparate.


2) La publicidad sutil es una pérdida de tiempo: ¿quién necesita publicistas y visual merchandisers cuando tienes tres balcones a la calle en pleno centro? Sé claro, conciso y contundente y te ganarás a tu público de inmediato; sería conveniente que antes te cerciorases si tu público objetivo sabe leer, pero esos pequeños detalles son los que se liman solos con el tiempo. Ahora sólo tendrás que sentarte detrás del mostrador a esperar a que lleguen los hinchas del Oporto a comprarse toneladas de trajes de chaqueta por 45€, es más, mejor espera de pie porque no van a parar de entrar.



3) En Oporto hay un club al que Groucho Marx hubiera querido pertenecer: No tengo nada más que añadir, salvo completar mi solicitud, adjuntar CV y perfiles sociales y cruzar los dedos para que me admitan. Ralpi, nos vamos a llevar muy bien.



Declaro Oporto nueva ciudad condal.

martes, 1 de abril de 2014

MI francés y yo


Que chapurreo francés es una de las mentiras más fragrantes y gordas con las que gusto de juguetear junto con cifras bailantes sobre mi edad. No lo hablo, lo escupo, y nisiquiera eso, mi léxico se limitará a unas 35 palabras (las cuales, bien combinadas, me salvaron de una entrevista de trabajo hace unos años) pero tengo una técnica infalible que os recomiendo para salirte con la tuya: el pppffffff.
El “pppfff” sólo funciona en París, no lo he puesto a prueba en el resto de Francia y sospecho que sólo funcione entre L'arc de triomphe y la Ille de Paris (sí, uno de mis trucos es decir sitios típicos que todo el mundo conoce en francés). Consiste en hablar con cara de MUY pocos amigos de entrada, con la boca extremadamente cerrada, masticando con asco las palabras y, sobre todo, ante cualquier respuesta incomprendida del interlocutor entornar los ojos con desagrado y soltar un “pppffff” largo y claro. Acto seguido, repetir lo que pretendías decir e ir aumentando el desagrado de los “ppfffs” por cada nueva falta de entendimiento.
De nada, quiero decir, de rien.


En Starbucks me ha dado muy buenos resultados siempre, comprando crepes de Nutella también, pero no fue hasta mi penúltimo viaje allí que me sirvió para arrancarle la más sonora carcajada a un taxista cuando, al no saber decir 111, le pedí que me llevara al número "un-un-un" de la Rue de Rivolí.

Menos mal que aún quedan taxistas con sentido del humor.